Estos son los
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Este es mi post número 500
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(...)Creen algunos que la mejor defensa de nuestra tierra es la invención sin rigor histórico ni filológico de un dialecto extremeño que nos sitúe a la misma altura que el resto de las comunidades autónomas con dialectos reconocidos.
El extremeño es una modalidad de habla del castellano con influencias leonesas, portuguesas, andaluzas y del español meridional en su generalidad, pues agrupamos bajo esa denominación todas las variedades que del castellano se hablan en la región extremeña, ya que no es lo mismo la pronunciación de Madroñera que la de Badajoz, o el léxico de Las Hurdes que el de Guareña, las construcciones morfosintácticas de Cedillo y de Plasencia, o la entonación de Cáceres y la de Badajoz. Además, algunos rasgos fonéticos como la neutralización de -l/-r implosivas distancian a las dos provincias: la -l es más propia de Cáceres, por influjo del leonés, y la -r de Badajoz, por influjo del andaluz. Así, escuchamos en la provincia cacereña el término 'peol' y, en Badajoz, 'borsa'.
Los filólogos, como científicos, trabajamos con hechos como los antedichos, comprobables, que permiten afirmar que no existe el extremeño; mientras que aquellos que se creen con un poder superterrenal los obvian para adaptar sus premisas a connotaciones políticas o de cualquier índole, a excepción de la puramente lingüística.
(...)Por todo ello, y sin dejar de lado las rigurosas investigaciones que sobre el tema han publicado profesores del Departamento de Filología Hispánica y Lingüística General de la nuestra Universidad o de otras, expresamos que inventos como el extremeño o la Güikipeya no hacen sino fomentar la mala imagen cultural que Extremadura ha sufrido a lo largo de la historia y que ahora, con grandes esfuerzos, intentamos superar.
Aseguran las malas lenguas que la ficción televisiva española debe luchar, todas las semanas, contra un monstruo de tres cabezas: la corrección política, el multitarget (que en cristiano significa que hay que entretener al niño, al padre y a la abuela con la misma historia) y finalmente la escasa calidad de los intérpretes. “Al final siempre vemos a los mismos actores y es imposible creerse el papel —asegura Susana Alosete, crítica de televisión—, y si a esto sumamos los muchos intrusos que se contratan, así nos va… Casos como el de Blanca Romero o Vicky Martín Berrocal pululando por las pantallas son de infarto, y lo de Anita Obregón para pegarse un tiro, pero la gente lo ve por el morbo y luego salen las cuentas”. (...)