Últimamente a mis alumnos les ha dado por escuchar desde sus teléfonos móviles (o en sus teléfonos móviles, no lo tengo muy claro) los últimos éxitos que las compañías discográficas han decidido meterles por los ojos (ni siquiera se molestan en metérselo por los oídos, tal y como están las cosas).
Dejando de lado el tema de lo que escuchan o no escuchan mis alumnos, que nunca nos parecerá bien a los de la generación anterior, me resulta increíble que sean capaces de hacerlo a través de sus teléfonos. Les pregunté el otro día si eran conscientes de lo mal que se escuchaba. Ya no que molesten a los que tienen a su alrededor cuando ponen su teléfono móvil a todo volumen en el autobús que les lleva de vuelta a casa o que si lo que escuchan es bueno o malo. No. Les pregunté si eran conscientes de la mala calidad de sonido con la que dichos cacharros emitían la música. Ellos me respondieron que no, que ni siquiera se habían fijado, que ellos lo encendían y punto.
Todo esto me lleva a pensar que esto no es más que una nueva demostración de la sociedad a la que han llegado ellos ahora, la sociedad del cualquier cosa pero ya . Ya no me paro a pensar en lo que escuchan o no, sino que me lamento por cómo lo escuchan.
Me apena pensar que ya no disfrutarán sentados en sus casas de la composición musical que sea, disfrutando de cada nota o de cada palabra que sale del cantante de turno en un buen equipo que sepa diferenciar todos y cada uno de los matices, que al fin y al cabo, también de eso trata la música. Todo eso les da igual. De lo que se trata es de escucharlo ya, aquí, ahora y porque sí, dando igual cómo se haga. Han caído de nuevo bajo las redes de la cantidad y se han olvidado de la calidad. Y no hay persona que les haga entender lo contrario. Supongo que es porque tienen el oído atrofiado de tanta interferencia musical. O no.
Fernando Alcalá Suarez en El Periódico de Extremadura
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